El 12 de noviembre es Día Mundial de la Obesidad; efeméride que nos invita a reflexionar sobre uno de los problemas de salud más importantes en el mundo. En lo que respecta a nuestra nación y de acuerdo con datos de la OCDE, “casi las tres cuartas partes (72,5%) de los adultos en México tienen sobrepeso u obesidad”, una de las tasas más altas entre las naciones que integran a esta organización (el último dato que tengo disponible, publicado en 2020, nos colocaba en un deshonroso segundo lugar, solo detrás de Estados Unidos).

A largo plazo, el panorama tampoco es alentador. Estimaciones oficiales publicadas en marzo de este año por la World Obesity Federation señalan que para 2030 casi una quinta parte de la población mundial sufrirá de algún tipo de obesidad, con todos los problemas derivados —de salud, económicos y sociales— que esto implica.

Si lo anterior no fuera suficiente, en los últimos años se ha visto un aumento considerable de personas que sufren de alguna enfermedad mental o, por lo menos, de episodios considerables de depresión y de estrés. Si esta ya era una problemática de gran magnitud hasta 2019, a partir de la pandemia y el confinamiento masivo que experimentamos entre 2020 y 2021 se ha registrado un aumento exponencial de casos, al grado de que se habla de la depresión como de la verdadera gran epidemia del siglo XXI.

Como cereza del pastel, el tabaquismo, el alcoholismo y la adicción a otro tipo de drogas (la mayoría de ellas ilegales) continúa siendo un problema social importante, con altos costos para el sector salud y la seguridad ciudadana, pero también para un sinnúmero de familias que, en no pocas ocasiones, acaban por sufrir dolorosas pérdidas personales y adquisitivas, así como fuertes divisiones entre sus integrantes. 

Para encontrar vías que nos lleven a configurar sociedades más saludables, y evitar el alud de consecuencias negativas que traen consigo las enfermedades físicas y mentales que sufren las personas, debemos hacer profundos análisis multifactoriales que, a su vez, deriven en estrategias interdisciplinarias de gran calado. Sin perder de vista lo anterior, es cierto también que puede ganarse terreno importante al fortalecer acciones que ya se han puesto en marcha y cuyos efectos han probado ser constatables y positivos. Entre dichas acciones, se encuentran las divulgativas y educativas, consistentes en campañas de concientización social sobre las ventajas de llevar una vida más sana, campañas de activación física y espacios y programas para la realización de deportes. 

Es claro que, por su naturaleza formadora de jóvenes, las universidades tienen una enorme responsabilidad e influencia en estas tareas. Y, a juzgar por la gran cantidad de actividades que las IES del país realizan en este sentido, se puede concluir que están plenamente conscientes del papel que les toca jugar con respecto a promover una cultura de vida saludable en la sociedad…

En ocasión de la efeméride comentada en la primera línea de este texto, así como de la importancia medular que tienen las acciones universitarias para la construcción de sociedades sanas, decidimos dedicar este número de la Revista Confluencia al tema del Deporte Universitario. Esperamos que las colaboraciones aquí reunidas resulten de interés para nuestros lectores y que, juntos, continuemos trabajando en el diseño de estrategias individuales y colectivas que nos permitan generar mejores y más saludables condiciones de vida. 

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